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Un tribunal para todas las épocas

9 de septiembre de 2007
Carmen Dolores Hernández/El Nuevo Día

En sus inicios fue una institución débil, una "cenicienta". Hoy goza de enorme poder y prestigio. Un nuevo libro traza la fascinante historia de nuestro Tribunal Supremo.

 

De las tres ramas de gobierno que conforman el sistema de balanzas y contrapesos puesto en efecto por la Constitución de los Estados Unidos -y la nuestra- la judicial es la menos conocida. La rama ejecutiva, encabezada por el primer mandatario, tiene mucha visibilidad; también la Legislatura, no sólo por sus números sino por su función de hacer las leyes del país, que afectan a todos.

¿Qué hace la rama judicial? ¿Quiénes la conforman y cómo opera? ¿Qué efecto tiene sobre la vida de los ciudadanos? ¿Cuál ha sido su trayectoria histórica en Puerto Rico? Para contestar estas preguntas y contrarrestar el desconocimiento general sobre un organismo que afecta la vida de todos no menos que las otras dos ramas del gobierno, la Fundación Histórica del Tribunal Supremo de Puerto Rico se propuso ofrecerle al público -sobre todo al escolar- la información adecuada. Todo empezó, dice Jorge Marchand, del grupo ICS de Comunicaciones Estratégicas -entidad que lleva a cabo la directoría ejecutiva de la Fundación- con la idea de publicar un folleto de unas 60 páginas para uso en las escuelas "con un lenguaje adecuado al público escolar. En el salón de clases se habla del sistema ejecutivo y legislativo, pero casi nada del judicial. La Fundación recibió el respaldo de la Asociación de Escuelas Privadas de Puerto Rico".


Un proyecto que crece

El proyecto, sin embargo, se transformó. "El año pasado -al cumplirse cincuenta años de la inauguración del edificio actual- algunos síndicos de la Fundación se confabularon con el profesor Luis Rafael Rivera y se propuso algo más completo: un libro investigativo de gran alcance", explica Marchand. El proyecto original no se descartó: está en agenda para el 2008, pero lo que acaba de publicarse es un libro bellísimo, profusamente ilustrado y meticulosamente documentado que recoge la historia del Tribunal, de sus jueces y de las decisiones que han hecho hito en nuestra historia. Subraya Marchand que "el sector privado apoyó el proyecto. Todos los recursos procedieron del sector privado. Mucha gente abrió sus archivos".

El profesor Rivera emprendió una labor titánica: desempolvó documentos y rescató fotos e identificó viejas y nuevas controversias. Y todo lo engarzó en una historia accesible y fascinante que habla de transformaciones y enfrentamientos, de conflictos, fricciones y transacciones, de cambios en el talante social y político del País y de continuidades en la dedicación a impartir eso tan elusivo que llamamos justicia. El libro se titula 'La justicia en sus manos. Historia del Tribunal Supremo de Puerto Rico'.

"Al profesor se le dio libertad", comenta Marchand. Y la usó. No sólo se incluye una que otra caricatura, sino que la organización del texto tiene una agilidad inusitada en una historia institucional. El texto central se complementa con otros auxiliares que proveen apoyo y amplitud en la forma de cortas biografías de las personas -sobre todo jueces- mencionadas. Las fotografías le dan al libro un carácter de documental, prestándole inmediatez gráfica. Dice Marchand: "No queríamos caer ni en un 'coffee table book' ni en un estudio legalista para un sector limitado del público".

La libertad del escritor

Ese propósito lo han logrado, sin duda. Luis Rafael Rivera tenía las condiciones idóneas para asumir la tarea. "He estado vinculado al Tribunal Supremo durante los últimos 20 años de varias maneras", explica. "Fui oficial jurídico del juez Negrón García, he estado en varios comités de la institución y he seguido de cerca la trayectoria del Tribunal desde la academia". Rivera lleva quince años enseñando derecho en la Universidad Interamericana. Tiene, además, varias publicaciones, entre ellas los libros 'El contrato de transacción y sus efectos en situaciones de solidaridad' (1998) y 'Derecho registral inmobiliario puertorriqueño' (2001), además de haber sido presidente del Instituto de Derecho Civil, asesor de la Comisión Revisora del Código Civil, miembro de la Junta Examinadora de Aspirantes al Ejercicio de la Abogacía del Tribunal Supremo de Puerto Rico y presidente de la Comisión Editora de la Revista del Colegio de Abogados de Puerto Rico.

Pero lo que quizás fue decisivo para el tono ameno que caracteriza el libro fue uno de cuentos que publicó en 2001: 'El derecho al revés. Crónicas sin ton ni son'. En estas narraciones deliciosas prima la ironía y se ve, justamente, el otro lado -el escondido- de las instituciones legales. Rivera, que tiene un doctorado en Derecho Civil de la Universidad Complutense de Madrid, dice que se acercó a la institución "con algún grado de irreverencia respetuosa… y me lo permitieron". La narración no deja de tener chispa, lo cual acerca la institución al común de los mortales.

En el momento en que lo reclutaron, Rivera estaba redactando la biografía de Cecil Snyder, juez presidente del Tribunal Supremo de Puerto Rico de 1953 a 1957, cuyos pasos había rastreado en los Estados Unidos desde la llegada de sus padres, judíos rusos, al país, hasta la misteriosa muerte de quien también fue el fiscal en los casos contra Pedro Albizu Campos. ¿Misteriosa? El doctor sonríe enigmático: la respuesta a esa pregunta quedará en suspenso hasta la publicación -ya próxima- del libro sobre Snyder.

El tribunal se transforma

El libro sobre el Tribunal Supremo incluye tres temas fundamentales: la evolución histórica de la institución, el perfil de los jueces que la presidieron y la caracterización de las sedes del Tribunal. Cada uno resulta fascinante. El estudioso explica, por ejemplo, que durante la dominación española el Tribunal –llamado entonces la Audiencia Territorial- era una institución débil. "Su competencia, es decir, los asuntos que atendía, estaba limitada. El gobernador de turno podía barrer con el Tribunal y lo hacía. Como había jueces suplentes y la Audiencia Territorial tenía también sede en Mayagüez y en Ponce, a los jueces los cambiaban de sitio; nunca tuvieron un número fijo".

En el momento actual son siete, número que ha fluctuado a lo largo de los años. Tras el 98 fueron cinco, luego subieron a 7, llegaron a ser 9 y ahora se han quedado en el número mágico de 7.

También ha variado la composición de los jueces. En tiempos de la colonia española eran sobre todo de esa nacionalidad, con algún cubano o puertorriqueño. Cuando el Tribunal se recompuso tras el cambio de soberanía, "se van los españoles y se nombran jueces puertorriqueños. Eso dura poco tiempo, porque los abogados norteamericanos que vienen a Puerto Rico exigen que se nombre a jueces norteamericanos. Y hay unos sectores -los bancos y las aseguradoras- que también quieren jueces norteamericanos", dice el Dr. Rivera, pero aclara que "nunca hubo mayoría de americanos. Snyder fue el último juez norteamericano".

"A finales de los treinta y principios de los cuarenta hubo un reordenamiento, una nueva mirada al País. Coincide con que querían quitar del medio a los jueces americanos. Son los años del cambio". Bajo la dominación norteamericana el Tribunal se llamó "The Supreme Court of Porto Rico".

Un tribunal puertorriqueño

En esos años, el Tribunal se fue "puertorriqueñizando", sobre todo cuando José Trías Monge lo preside (1975-1985). Ya había habido un cambio significativo con el establecimiento del Estado Libre Asociado, explica Rivera, "entonces ya no hay intervención; los nombramientos los hace el gobernador de Puerto Rico. Ahí crece, realmente, el Tribunal. Como además tiene poderes inherentes, no legislados, ese Tribunal apoderado por la ley y por la doctrina de poderes inherentes se ha convertido en uno muy fuerte".

El Tribunal de Trías cambió la percepción de la gente. Explica el Dr. Rivera que "se volvió al derecho puertorriqueño. La influencia indebida que nacía de no conocer nuestro derecho o nuestra tradición civilista -el caso de jueces norteamericanos como McLeary- trajo metodologías distintas de adjudicación de controversias. La fuente del derecho era a veces la jurisprudencia".

Aún antes, con jueces como Negrón Fernández y Emilio Belaval, que venían de la tradición del derecho puertorriqueño y le daban importancia al asunto del idioma, la situación había empezado a cambiar. "En los años 50, cuando el Tribunal se puertorriqueñiza porque todos los jueces pasan a ser puertorriqueños, se constituye un colectivo que empieza a rescatar y transformar el Tribunal. Trías Monge había escrito sobre el asunto antes de ser juez, pero cuando lo nombran, el punto se enfatiza. Se logra un Tribunal Supremo más puertorriqueño".

Luis Rafael Rivera añade, sin embargo, que esa posición "no necesariamente se ha mantenido. Los jueces posteriores no han entendido bien el fenómeno. Una persona que lo ha entendido y estudiado es Liana Fiol Matta. Pero los jueces a veces siguen citando jurisprudencia norteamericana o enciclopedias norteamericanas cuando no tienen que recurrir a esas fuentes de influencia".

Un sistema doble

Como en Puerto Rico existen dos sistemas jurídicos, el puertorriqueño y el federal, los conflictos entre ambos son inevitables. En un momento dado, las decisiones del Tribunal Supremo de Puerto Rico se apelaban al Tribunal de Apelaciones del Primer Circuito de Boston, un tribunal federal. "Ya no", dice el Dr. Rivera. "Boston revocaba a menudo al Tribunal Supremo, como en ciertos casos en que las compañías azucareras, que tenían poder allí, conseguían que se revocaran las decisiones que intentaban proteger a los obreros del azúcar".

Todavía hay intentos de acudir al foro federal. Sucedió con los llamados 'pivazos': "En ese caso un sector político trató de mover la controversia al sector federal, tratando de comprar foro. Pero eso, por lo general, desapareció en los años 60". La historia del Tribunal Supremo, añade, "es también la historia de una fricción inevitable".

Casos memorables

El libro presenta muchos casos que han hecho historia. "Las aportaciones que hace el Tribunal Supremo cuando interpreta la Constitución aparecen reseñadas; es la jurisprudencia que transformó sustancialmente la vida y el núcleo familiar del puertorriqueño", dice. "El asunto de la legitimación de los hijos, por ejemplo, o el pleito del idioma español o el de los 500 acres". Más recientes son el caso de Figueroa Ferrer, "en el que la corte prácticamente legisló sobre las causales del divorcio o 'ex parte Andino', sobre las consecuencias legales de un cambio de sexo: hubo dos casos. En uno el Tribunal accede al cambio de sexo en el registro demográfico y luego se revoca".

El papel del Tribunal Supremo en la vida de los puertorriqueños, concluye, ha sido central. "Ha sido el gran árbitro, sobre todo en las últimas décadas. Ha solucionado los tranques políticos y los conflictos entre el poder ejecutivo y el legislativo. Cada día tiene un papel más activo y ha adquirido un poder enorme. Además de revisar continuamente, como tribunal colegiado, la constitucionalidad de las leyes, el Juez Presidente dirige la rama judicial completa (eso no fue siempre así ni es así en otros países). Aquí el Tribunal asigna jueces, los mueve de sala, maneja el presupuesto de la rama judicial".

El libro recoge la evolución del Tribunal Supremo desde la institución débil que fue a principios del siglo XX -"cenicienta", la llama el autor- hasta la fuerte que es hoy.

Señala Marchand que se siente orgulloso de que las generaciones presentes vean la cara de sus antepasados: abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, que estuvieron conectados con el Tribunal. Así fue -sorpresivamente- para esta periodista, que encontró a un tío abuelo entre los jueces presidentes de principios del siglo XX: don José Conrado Hernández. Pero encontremos o no a alguien relacionado entre los nombres afiliados a esta institución, lo cierto es que ha sido una que no sólo ha reflejado las alzas y bajas de nuestra historia sino que también ha sido determinante para el curso que ha tomado.