El caché de la pachanga

lun, 27 de agosto de 2007
Por: Jósean Ramos/El Nuevo Día

 

 

Joe Quijano no sonó tanto como otros monstruos de la salsa, pero sus asociaciones con los grandes de esta música y su papel de precursor del género le colocan en un escalón muy alto en este Olimpo tropical.

Pese a que, comercialmente, su nombre no figura entre los máximos exponentes del género salsero, seguramente porque nunca grabó con el sello disquero Fania, para los melómanos y conocedores de la historia musical latinoamericana, Joe Quijano y su Conjunto Cachana representan el primer eslabón entre la pachanga y la salsa.

Tan así, que el primero en incluir en un disco el nombre del compositor por excelencia de la salsa, Tite Curet Alonso, fue precisamente Joe Quijano, cuando le grabó el son festivo "Efectivamente" en 1959.

"Aunque no pertenezco al movimiento ése que le aplicó el nombre de 'salsa' a nuestra música tropical, ya yo estaba en el ambiente de la música latina, tocando música cubana y boricua mucho antes que el señor Jerry Massucci se apoderara del negocio musical", afirma el artista sin el menor tapujo.

Y no podía ser de otro modo, porque de niño absorbió lo mejor del repertorio boricua y cubano, que luego fundiría con otros ritmos latinoamericanos en la ciudad de Nueva York, donde emigró a los seis años.

Hasta los cinco años, se empapó de la mejor música tropical en las velloneras "más bravas" de la calle San Agustín en Puerta de Tierra, donde había una en cada esquina y todas competían en volumen y calidad de sus discos, que traían los marinos mercantes. Allí escuchaba a Panchito Riset cantar "El cuartito"; al "Bárbaro del Ritmo", el Benny "Vagando entre las sombras"; a Pérez Prado dando la señal de "¡Dilo!" para iniciar su rico Mambo No. 5; o a Joe Valle con la Orquesta de César Concepción.

Después, instalado en el barrio El Bronx de Nueva York, hacía unos bongós de dos latas y se iba con su familia a Ochard Beach, tocando y cantando a lo Miguelito Valdés "a cumba cumba cumbanchero"… "Me tiraban vellones y ahí empezó la vaina ésta", confiesa.

Más tarde, tomó clases de piano con los profesores Eduviges Bocanegra y María Luisa Lecom, madre del pianista de Machito. Allí conoció y se hizo amigo de los hermanos Palmieri, Eddie y Charlie, con quienes compartiría en adelante su incipiente pasión musical en aquel ambiente de Babel.

Pero a los dos años debió interrumpir su formación artística para regresar a la Isla, esta vez a La Muda de Caguas, "al lado de unas velloneras sabrosas" que cantaban a todo volumen los boleros de Los Panchos, las guarachas de Daniel Santos o los tangos de Gardel. Recuerda que se sentaba a estudiar todos los días el mismo ejercicio: "tun tun tin tun… tin tun tin tun…" y los demás niños se trepaban al balcón a cantarle: "To'a las tardes con lo mismo… to'a las tardes con lo mismo", para que se fuera a jugar con ellos.

Hasta ahí su prehistoria musical, porque a su regreso a la Gran Manzana se unió a varios amigos de la escuela, entre éstos el timbalero Orlando Marín y Eddie Palmieri, para formar el conjunto estudiantil los "Banana Kellys Mamboys", donde cantaba y tocaba bongó.

Aunque alternaban con orquestas de renombre en los mejores salones de baile, inicialmente su repertorio constaba de cinco números, incluyendo "El cumbanchero", "Abaniquito" y "La toalla". "Terminaba un 'set' y cuando regresábamos, tocábamos las mismas canciones otra vez", recuerda.

Después le añadieron tres trompetas y un bajo y se transformó en "El Conjunto de Eduardo Palmo", porque sonaba muy italiano el nombre de Eddie Palmieri, y lo importante era destacar lo latino. Recuerda que ahí cantaba: "Eso no lo aguanto más, eso se hincha" y otros números del vasto repertorio cubano, cuyos arreglos le compraba a la Peer Internacional por un par de pesos.

Mientras, trabajaba de mensajero en la compañía Translux al lado del Palladium, adonde llegaba corriendo a las 3:00 de la tarde para ver los ensayos de la Orquesta de Frank Grillo "Machito", la de Tito Rodríguez o Tito Puente.
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Estando ahí, convenció al dueño que lo dejara ir a Cuba, con la excusa de vender el producto de la empresa, un proyector de escenografía. Pero, en realidad, buscaba curarse musicalmente con los artistas cubanos que tanto admiraba, como la diva Celia Cruz, de quien vivía locamente enamorado y quería proponerle matrimonio. "Estando en Radio Progreso con Carrusito, el cantante de la Gloria Matancera, terminó de tocar la Sonora, me levanté y me fui acercando a Celia para ofrecerle matrimonio. Pero en eso viene Pedrito y le echa el brazo… ¡se me adelantó!", relata.

Además de vender dos proyectores, uno a Pumarejo y otro a la CMQ, en La Habana conoció y compartió con los mejores músicos y soneros de la época, entre éstos Benny Moré, Abelardo Borroso y Roberto Fas, a quien le hizo coro. Allí compró por $100 los arreglos de cien canciones cubanas, de las cuales grabaría algunas con su propia orquestación, como el solicitado tema "El rey del amor".
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Esa breve e intensa estancia en Cuba en 1956 resultó decisiva en su futura aportación a la música tropical, porque ahí encontró la clave para crear un sonido distinto. Si como cantante resultaba una combinación entre Vicentico Valdés y Tito Rodríguez, su propuesta musical estaría entre La Sonora Matancera y la Orquesta Aragón, que eran sus preferidas. Su encuentro allá con la Orquesta de Senen Suárez, que usaba en los metales una trompeta y una flauta, lo llevó a concebir un sonido distinto entre la Matancera y la Aragón, como decir entre la sonora y la charanga, pero con dos trompetas y una flauta.

De regreso a Nueva York, lo consultó con su amigo Charlie Palmieri, quien le dijo que resultaba imposible porque la flauta se afina en do y la trompeta en sí bemol, y eso provocaría un choque de instrumentos. Joe Quijano insistió en el experimento y fue, precisamente, ese cruce entre la flauta y la trompeta lo que en adelante distinguiría su memorable repertorio musical.

Ese mismo año fundó su propia banda, Joe Quijano y su Conjunto Cachana, en honor a su abuelo, un muellero grande y fuerte que le hizo frente a los americanos en Puerta de Tierra, y cuando venía la policía insular a arrestarlo, él y los demás muelleros se zumbaban al mar y se iban nadando hasta perderse entre los mangles de Cataño.

 

 

Ahí tocaba trompeta Bobby Valentín, y Joe recuerda que el primer ensayo fue en el Club Tritons, justo el día cuando Johnny Pacheco daba inicio a su proyecto musical.

Luego de grabar varios discos, al año siguiente la pegó con la producción "La pachanga se baila así", que llegó a convertirse en su tema bandera. Para entonces conoció a quien sería su estelar cantante, Paquito Guzmán, con quien grabaría varios discos importantes, a ritmo de pachangas, guarachas y boleros. "Paquito cantaba con tríos. Imitaba mucho a Cheíto González y se pasaba en la vellonera de Cataño escuchándolo. Un día vino a cantar conmigo en un ensayo y ahí mismo lo firmé", rememora.

Como empresario, Joe Quijano tuvo sus grandes aciertos, al fundar su propio sello discográfico, Cesta Records, que le intentó comprar Jerry Massucci para mantener el monopolio de la Fania. "Fue la única compañía existente en los años 60 que Massucci no pudo comprar barata. Él me hizo un acercamiento en 1967 y yo le pedí $60,000 por 15 elepés, pero sólo me ofreció $15,000 y yo no acepté", aclara.

Por fortuna, Joe tenía mucho caché y logró venderse solito por la calidad de su repertorio musical, que hoy le piden de distintas partes del mundo, incluyendo Alemania y Japón.

Su visión empresarial también lo llevó a tener su propio club, el Latin Lounge en Isla Verde, donde se dieron grandes veladas musicales al ritmo de su orquesta.

Joe Quijano también grabó con la Allegre All Stars, y junto a su amigo Charlie Palmieri dirigió los Latin Jamm Sessions, donde participaban "unos verdaderos verdugos musicales", a su propio decir, así como las grabaciones de la Cesta All Stars, que incluía a músicos de la talla de Cheo Feliciano, Jimmy Sabater, Louie Ramírez y Barry Rogers, entre otros.

Lo demás es historia, que lo ubica como uno de los más importantes exponentes de la música latina en la ciudad de Nueva York durante los años 60. Sobre todo, en la fusión de la charanga y la sonora, para imprimir su propia expresión a la pachanga, que para muchos es la antesala de la salsa.