Un Parque al lado del mar

21 de diciembre de 2007 El Nuevo Día 
Por
 EDGARDO RODRÍGUEZ JULIA
Especial El Nuevo Día
 

Se decía que Bob "El múcaro" Thurman, el jonronero zurdo de las Cangrejeros, bateaba sus jonrones nocturnos en el Escobar después de muchos "fouls", que caían sobre el caparazón solitario del cocodrilo siempre dormido en el pequeño zoológico del Parque Muñoz Rivera.



WILLIE MAYS ANOTA una carrera sin que el receptor Joe Montalvo pueda impedirlo, en uno de los partidos entre Santurce y San Juan de la temporada 1954-55 que se jugaron en el estadio Sixto Escobar.

FUE EL GRAN ESCENARIO del béisbol entre los cuarenta y cincuenta. Se llegaba a pie o en bicicleta, la parada de guagua quedaba frente a la entrada; era un íntimo parque de pelota urbano, situado entre Puerta de Tierra y Miramar, como si con este asentamiento, entre el proletariado urbano y la pequeña burguesía, se incitara las lealtades de Cangrejeros y Senadores.
El Parque Muñoz Rivera era la tierra de nadie entre las dos huestes, aunque muchos integraran los mitos bélicos del antiguo parque del Polvorín a las leyendas de aquella estructura inaugurada en 1935, y que empezaría honrando las ejecutorias de nuestro primer campeón mundial de boxeo.
El lugar olía a batallas, como aquella entre Satchel Paige y Terries McDuffie de los Leones de Ponce, en 1935. Fue un juego de exhibición. Paige, el entonces astro de los Brooklyn Eagles de las Ligas Negras, reclamaba, mediante rótulo en su automóvil, ser "The best pitcher in the World". El apodado Lirio de Khala fue derrotado en blanqueada de 1 a 0. Según testigos, sólo Paige era más arrogante que McDuffie. Decía Pont Flores sobre este encuentro, evocándolo en 1950: "El Escobar era una parque nuevecito... Al disiparse el humo de la batalla, el rótulo en el automóvil de Satchel Paige pudo haberse cambiado por "El segundo mejor pitcher del mundo".
Se decía que Bob "El Múcaro" Thurman, el jonronero zurdo de las Cangrejeros, bateaba sus jonrones nocturnos en el Escobar después de muchos "fouls",
que caían sobre el caparazón solitario del cocodrilo siempre dormido en el pequeño zoológico del Parque Muñoz Rivera.
La brisa de los vientos alisios que soplaban hacia el mar, luego de pasar el túnel entre el Hotel Normandie y el Sixto Escobar, movía las frondas espigadas de los altos pinos australianos; con ello se sabía si sería favorable para los vuela-cercas, si deberíamos velar más a Willard Brown o a Bus-ter Clarkson. Se repite cual leyenda que Joshua Gibson bateó la bola a la playa de la parada ocho, haciéndola rebotar sobre el arrecife. Y Frank "Condominio" Howard bateó un jonrón de bombo, tan alto y tan alto, que rebasó el emblema Don Q en la pizarra.
El lugar incitaba la imaginación. Como el sitio de Troya, fue lugar de héroes, de proezas imposibles, aunque creíbles.
El Parque Sixto Escobar tenía capacidad para nueve mil fanáticos. El día del Pepelucaso se acomodaron casi el doble; nadie sabe cómo.