Luego de años de dedicación y esfuerzo por la educación puertorriqueña, varias hermanas de diferentes países, como Honduras, Canadá y Estados Unidos, se retiraron en la Villa Notre Dame. Ahora el enfoque es recibir fondos para su subsistencia. (Primera Hora / David Villafañe).

Descansan tras una vida de servicio por la educación


Martes, 19 de Abril de 2011
Libni Sanjurjo / Primera Hora


Las hermanas de Notre Dame están llenas de recuerdos y satisfacciones sobre los miles de hombres y mujeres que ayudaron a educar desde 1915

Gurabo. Una noticia del 16 de enero de 1982 en el desaparecido periódico El Mundo anunció lo que hasta entonces había sido un sueño para la hermana Margarita Benítez: “Inauguran hoy retiro de hermanas Notre Dame”.

Para la religiosa, la construcción de esa casa de retiro le daba a la Congregación de las Hermanas Educadoras de Notre Dame la oportunidad de pasar sus últimos años de vida en el país donde dedicaron su existencia al servicio de la educación.

Allí llegarían procedentes del colegio San Agustín en Puerta de Tierra, el colegio Católico Notre Dame, la academia del Perpetuo Socorro en Miramar, el colegio Santiago Apóstol en Fajardo y la academia San Alfonso en Aguas Buenas, lugares donde sirvieron en labores educativas y administrativas.

Era intimidante la idea, pero la hermana Margarita inició “la campaña”, como ella le llamó a la recaudación de fondos, y dijo: “Vamos pa’ alante, pues seguro que sí, si no se trata, no se llega, ja, ja, ja”, recuerda sentada en la terraza de la residencia, al lado de su silla de ruedas.

Para entonces tenía 62 años de edad. Hoy tiene 92. El momento llegó. “¡Me la estoy gozando!”

Para ellas, ver esa construcción “era un sueño” porque al ser miembros de una congregación estadounidense, las hermanas puertorriqueñas o extranjeras que sirvieron en la Isla tenían que regresar a Estados Unidos. “Teníamos que irnos a enfermarnos allá, morirnos allá y enterrarnos allá”, dice.

Su historia

Las hermanas de la congregación, creada en el 1833 en Alemania por la beata Teresa de Jesús Gerhardinger, suman 3,700 en 36 países de Europa, América Latina, Oceanía y África, así como en Estados Unidos, adonde llegaron en el 1847 para atender a los hijos y las hijas de emigrantes alemanes en las escuelas que éstos fundaron.

Y de allí, cruzaron el charco hacia Puerto Rico.

En 1915, las hermanas, junto a los Padres Redentoristas, iniciaron una labor educativa con la apertura de una escuela para estudiantes de escasos recursos económicos en Puerta de Tierra. Se llamó el colegio San Agustín.

Desde entonces, ampliaron sus servicios a otros pueblos de la Isla. Esos días no se olvidan.

“Recuerdo muchas cosas, muchas travesuras que hicieron los estudiantes, eso nunca se olvida”, menciona quien fuera maestra, principal, superiora y superintendente.

“Y también tú recuerdas mucho a los estudiantes que pudiste ayudar, los padres con quienes hiciste contactos para ayudar a ese muchacho o a esa muchacha”, agrega.

Cuando se encuentra con alguno de sus ex alumnos, no los reconoce, “¡qué demontre!”, dice, si ya han pasado tantos años. “Ellos se encienden, y yo también”, cuenta entre carcajadas, una de muchas que soltó aquella mañana. Pero unos son más especiales que otros, confiesa.

“Uno desarrolla un cariño, especialmente hacia algunos de ellos (...). Tú sabes que él se siente agradecido; esas cositas te dan una intimidad con ese muchacho, que quizás no se revela cuando están jóvenes, pero después, que están viejitos, ya que vienen a saludarte, ese cariño que te demuestran no se compra con nada”, expresa.

Pero, aclara, no los ve como hijos. “No tanto, no puede ser tanto, je, je, je”, dice.

La hermana Margarita cree “mucho en la educación porque es lo único que te puede levantar a ti”. Y ésa, precisamente, es la razón de ser de la Congregación de las Hermanas Educadoras de Notre Dame.

Ahora, luego de años de dedicación y esfuerzo por la educación puertorriqueña, diez de las hermanas se retiraron en la Villa Notre Dame, entre ellas, dos hondureñas, una canadiense, dos estadounidenses y las puertorriqueñas. Otras tres son sus cuidadoras.

Necesitan ayuda

Pero las dificultades económicas que enfrenta el país también han afectado a las religiosas, según confiesa Sister Armand, administradora de la casa.

Por un lado, los ingresos se limitan al seguro social que pagó la congregación y a donaciones, ya que durante los años de servicio el salario era un estipendio. Por el otro lado, los gastos son constantes y costosos: medicinas, seguro médico, empleados para la casa, alimentos y otros.

Por eso han comenzado las actividades para la recaudación de fondos, pero es insuficiente. “Siete de ellas están enfermitas”, explica la hermana María Eugenia, al mencionar que varias padecen Alzheimer o Parkinson.

Mientras las religiosas siguen allí, otras continúan sus labores en Ponce, Aguas Buenas, Caguas, Puerta de Tierra y en las oficinas de inmigrantes, en la Diócesis de San Juan.

Aquel día de 1982, la hermana Margarita expresó que “todavía falta mucho para terminar todo”, palabras que hoy, casi 30 años después, siguen vigentes ante las necesidades que enfrentan aquellas féminas que dieron sus vidas por el servicio de alumnos puertorriqueños.