Noticias - Artículos

Inicio - Home

La Nueva historia y el
Archivo General

El Nuevo Día
19 de marzo de 2006 
Por Fernando Picó
¿Qué fue la Nueva Historia, surgida durante los años setenta y ochenta del pasado siglo?
¿En qué se diferenciaba de la vieja historia? ¿Cual fue su relación con el Archivo General?

 

Hubo una mezcla interesante de gente en la inauguración, en 1973, de la nueva sede del Archivo General en la avenida Ponce de León frente al parque Muñoz Rivera. Junto con las personalidades, estaban los antiguos empleados del Archivo y unos cuantos profesores y estudiantes de la Universidad de Puerto Rico en Rio Piedras.

Traigo el momento a la memoria porque la incongruencia de la relación original entre el Instituto de Cultura Puertorriqueña y el movimiento historiográfico de los 1970 y los 1980 que vino a ser llamado la Nueva Historia a veces se ha pasado por alto. El Instituto habia surgido en el 1955 para rescatar a la cultura puertorriqueña de las aberraciones y olvidos que sus defensores percibieron en ese problemático proceso que era la modernización de Puerto Rico. El Instituto luchó contra la americanización, contra el espejismo del Occidentalismo y luchaba ahora contra el nuevo cuco del materialismo histórico que amenazaba empañar la memoria de los próceres, con historias de De Diego siendo igualero de la Guánica Central y opositor del sufragio femenino, con fervorosas disquisiciones sobre la cultura enajenada de la clase hacendada. Y con fogosas promociones del movimiento obrero anexionista de las primeras tres décadas del siglo 20. Así es que la Nueva Historia, que todavía no tenía ese nombre, no era muy bien vista en aquel tiempo por los paladines de la puertorriqueñidad, pero lo interesante es que algunos de sus practicantes estaban allí esa noche por una muy buena razón: ellos eran los usuarios del viejo archivo en la calle San Francisco de San Juan.

Las Nuevas Fuentes

La inauguración de las entonces consideradas flamantes facilidades del Archivo General coincidieron con la búsqueda y el acopio de nuevas fuentes para los investigadores históricos. Las diligencias de Arturo Morales Carrión en Washington habían resultado en la devolución a Puerto Rico del Fondo de Gobernadores Españoles de Puerto Rico. En el 1973 se legisló para que los municipios que no mantuvieran archivos propios en condiciones trasladaran al Archivo General sus fondos documentales. Un equipo dirigido por Luis de la Rosa emprendió la tarea de rescatar los fondos municipales, que estaban a punto de desaparecer comidos por ratones y sabandijas. Los protocolos notariales de todos los distritos fueron también reunidos en el Archivo General. Los del distrito de Guayama llegaran últimos; allí se había argumentado con insistencia de que constituían un patrimonio local no enajenable. Tal razón valió hasta que un investigador de Salinas fue y encontró el comején en pleno disfrute del lugar. El investigador alertó al Departamento de Historia de la UPR, que festinadamente tomó la resolución unánime de pedirle al director del Archivo que rescatara esos fondos (La alternativa era un escarceo en la prensa, de lo que los nuevos historiadores eran notoriamente capaces).

También fueron llegando los antiguos fondos documentales de las agendas en distintos estados de desorganización. Los archivos de los antiguos tribunales de distrito se buscaron demasiado tarde; la mayor parte del de San Juan pereció en un fuego, el de Humacao se desvaneció, solo la parte civil de Aguadilla llegó y lo que vino de Ponce fue tan poco que el hígado de varios historiadores quedó permanentemente afectado. Pero Arecibo, Mayaguez y Guayama llegaron incólumes.

También hubo esfuerzos por inducir la donación de fondos documentales privados al Archivo General. La gloria de las colecciones particulares, la Junghanns, fue objeto de una adquisición por parte del Instituto. El público llegó a tener tanta confianza de que en el Archivo General estaban todos los papeles viejos del país, que no faltó quien fuera a buscar allí el acta de bautismo de Agueybaná.

La acción y la colaboración concertada de archiveros e historiadores en los 1970 y los 1980 logro configurar el Archivo General como el principal centro de investigación en el país. En los seminarios de metodología histórica se les inculcaba a los estudiantes conocer los principales fondos documentales del Archivo. Los archiveros conocían los proyectos de seminario de los estudiantes y los ayudaban a identificar las fuentes pertinentes. A su vez, los investigadores ayudaban al Archivo haciendo inventarios preliminares de fondos hasta entonces no catalogados.

Los nuevos enfoques de la Nueva Historia

El término Nueva Historia se generalizó a partir de un coloquio que Cerep [Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña) auspició en San Juan en 1983. Gervasio García presentó una ponencia que posteriormente publicó en su libro Historia Crítica, Historia Sin Coartadas. Titulada "Nuevos Enfoques, Viejos Problemas: Reflexión Crítica Sobre la Nueva Historia'', la ponencia buscaba deslindar lo viejo y lo nuevo y a la vez advertir sobre los riesgos de las novatadas. Los cinco principales rasgos que Gervasio advertía en la nueva historia puertorriqueña eran: el afán por explicar, en vez de describir, la noción de proceso a largo plazo; la vida material como punto de partida para la historia tanto política como cultural; la valorización de fuentes vinculadas a los procesos de la producción y los conflictos generados en torno a ella y, finalmente, la primacía de lo colectivo sobre lo individual.

La ponencia ponía el acento en los elementos positivos de la Nueva Historia. Pero como se observa en el simposio, lo que parecía unir a los nuevos historiadores no era tanto un enfoque teórico, sino un rechazo común de lo que entonces se llamó la Vieja Historia, es decir de la historia institutional, política y diplomática que la generación anterior practicaba. Esa historia se nutría de las fuentes de los archivos diplomáticos de Europa y de Estados Unidos y del Archivo General de Indias en Sevilla. Le daba primacía a las explicaciones basadas en los ordenamientos e instrumentos jurídicos y las negociaciones de cancillerías. La oposición entre fuentes de aquí fuentes de allá era manifiesta. Para los 'viejos' historiadores las fuentes en el Archivo General de Puerto Rico ejemplificaban la operación de las leyes y reglamentos emanantes de las agendas rectoras y documentaban las consecuencias de las decisiones tomadas en el Atlántico Norte. Para los 'nuevos' historiadores tal visión negaba la capacidad de las comunidades insulares de gestar sus propias instituciones cotidianas y generar resistencias, acomodos y apropiaciones de las instituciones metropolitanas.


Lo que estaba en juego era qué movía el cambio histórico, si las iniciativas de arriba o las de abajo. Gervasio buscaba establecer el entrejuego entre dominantes y dominados, dándole su propio peso a ambas iniciativas, pero no todos los nuevos historiadores concurrían. Algunos sentían el peso de vastas corrientes impersonales que encarnaban los intereses del naciente capitalismo e implantaban el cambio tecnológico, lo que conllevaba modificaciones sustanciales a las relaciones de producción. Otros reconocían el peso de los ordenamientos jurídicos, pero interesaban explorar la originalidad y la amplitud de las resistencias. Para otros lo importante eran las relaciones de género y sus efectos en el entramado social.

La diversidad en la formación de los nuevos historiadores parecía imposibilitar la organización de la Nueva Historia en un solo frente teórico. Para algunos el materialismo histórico era la fuente principal de sus posturas teóricas, para otros lo era la escuela francesa de Annales o el New Social History de Estados Unidos y para aún otros, un eclecticismo sistemático que desafiaba las clasificaciones. La pluralidad de enfoques resultaba en que lo distintivo de la Nueva Historia fuera el elemento común más evidente, el rechazo a la Vieja Historia, lo que indudablemente contribuyó a complicar las relaciones generacionales y a hacer olvidar las continuidades y los elementos de coincidencia en la Nueva y la Vieja Historia.

Las Nuevas Metodologias

La tercera parte del trípode en que se montaba la Nueva Historia lo constituía la metodología novedosa: se destacaba el análisis cuantitativo, la demografía histórica, la prosopografía, el análisis de contenido, el uso de la historia oral y la historia comparativa.

Algunos historiadores tradicionales habían incorporado tablas de cifras a sus exposiciones, pero el análisis cuantitativo no constituía una parte medular de la argumentación. Angel Quintero Rivera, Juan Jose Baldrich y Laird Bergad, por el contrario, iban más allá de las estadísticas descriptivas. Los tres soñaban con reducir las cifras encontradas en la documentación a material analizable por programas de computadora como el SPSS.

Inspirados por estos y otros esfuerzos algunos historiadores se acercaron a los métodos cuantitativos con la ilusión de precisar las dimensiones de lo social en el siglo 19 puertorriqueño. Pronto se toparon con la dificultad insuperable de que las famosas series completas de estadísticas que harían posible el análisis de los procesos a largo plazo no estaban disponibles en el Archivo General. Uno comenzaba, por ejemplo, a tratar de ver el movimiento de los precios de la tierra a lo largo del siglo 19 y se topaba con el hecho de que faltaban protocolos que establecieran la serie completa.

El análisis de contenido, técnica desarrollada por los servicios de inteligencia durante la II Guerra Mundial, fue utilizado con cierta renuencia por los investigadores y aplicado más bien a la prensa de las últimas decadas del siglo 19. La Colección Junghanns, sin embargo, con su extenso acopio de material propagandístico laboral, ofrecía un campo atractivo de exploración. No fue quizás hasta los 1990 que, bajo el acicate de los deconstruccionistas franceses, se asumió seriamente la tarea de examinar los textos emitidos por los gobernantes de todos los períodos en busca de los resortes de la persuasión y las metáforas programáticas.

Aunque el Archivo General no posée una división de Historia Oral que preserve y transcriba los testimonios generados por los participantes en los movimientos políticos, laborales y sociales de las décadas previas, sí tiene un archivo de imágenes, tanto fotografías como material fílmico, donde se han preservado y restaurado importantes fuentes históricas. Con mayor frecuencia los investigadores acuden a estos fondos buscando apoyo para sus publicaciones y proyectos.

Siempre hubo el deseo de que el Archivo sirviera de algo más que de depósito documental y tomara parte activa en las discusiones profesionales que se estaban dando, tanto para fomentar el interés académico en los trabajos que se llevaban a cabo, como para abrir nuevas avenidas a la investigación.

Crisis de las Relaciones entre el Archivo y la Nueva Historia

Las dos décadas de fructífera colaboración entre el Archivo General y los practicantes de la Nueva Historia terminaron hacia mediados de los 1990 debido a varias circunstancias. Por un lado los seminarios de Historia y Ciencias Sociales en la Universidad tornaron su atención preferencial hacia problemas del siglo 20. El Archivo General, con su larga bitácora de fondos documentales sin catalogar, tiene relativamente pocos fondos catalogados para el siglo 20. Los investigadores se dirigieron con preferencia a la Colección Puertorriqueña de la Biblioteca Lázaro en la Universidad de Puerto Rico y al Archivo de la Fundación Luis Muñoz Marín para llevar a cabo sus investigaciones. Como se ha observado en distintos foros, el hecho de que tantas investigaciones del siglo 20 dependan primariamente de los periódicos de la época plantea un grave problema de superficialidad historiográfica. Por otro lado, bajo la influencia de la nueva historiografía cultural que ha llegado a dominar la vanguardia de la disciplina, el interés de los historiadores se ha desplazado hacia problemas de discursos y representaciones, deconstrucciones y giros linguísticos, cuyas fuentes están más en materiales impresos del pasado que en planillas de impuestos e informes contabilizados de corporaciones. Hoy las tésis de historia más novedosas requieren más técnicas de crítica literaria que de estadísticas y sus bibliografías de fuentes consultadas escasamente mencionan los fondos documentales del Archivo General.

Lo que uno más lamenta de la política pública respecto al Archivo General es que por décadas le ha prestado más atencion al cuiado del edificio que a la preservación, restauración, búsqueda, catalogación y discusión de sus fondos documentales. Mientras otros centros de investigación se ejercitan en hacer acopio de fondos documentales y en las herramientas necesarias para su cuido, estudio y divulgación, el Archivo General, reducido a una pobre covacha donde manga con hombro genealogistas, parceleros, estudiantes doctorales y curiosos han rastreado sus respectivos intereses al ritmo de suero en que se les proporcionan sus cajas de documentos, espera el momento de su resurrección.
Fernando Picó es historiador y profesor del Departamento de Historia de la UPR en Río Piedras.