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El Mundo     Sábado, 3 de octubre de 1936   


Hablemos hoy de la nueva marquesina del Escambrón Beach Club.

Lo primero que se ofrecerá a la vista de las dos mil personas, (ni una menos) que asistirán a la magnifica inauguración del renovado y reconstruido centro social, será la flamante marquesina, modelo de elegancia y buen gusto.

Se extiende desde la puerta principal hasta la vía pública. Bajo su techo protector descenderán de sus charolados automóviles los concurrentes a la magna fiesta, damas y caballeros de la más elevada posición social. Expertos chóferes uniformados se harán cargo de los carros para estacionarlos cuidadosamente en sitios adecuados.

A cada lado de la marquesina habrá una taquilla para la venta de los trocitos de cartón que darán acceso a un mundo de placer y alegría. Mientras los hombres se proveen de las entradas, las señoras esperarán en un elegante foyer provisto de cómodos asientos. Hasta alli llegarán, en alas de la brisa marina, las embrujadas melodías de un inquietante foxtrot, las nostálgicas cadencias de una danza, o el ritmo enloquecedor de una rumba. Ya los corazoncitos femeninos, abiertos a toda emoción, acelerarán su marcha, acuciados por la perspectiva de una noche memorable y única.

Luego, al transponer la segunda puerta de entrada que abrirá un portero, radiante en su uniforme de gala con brillantes charreteras y entorchados, un cuadro deslumbrador y emocionante se ofrecerá a la vista de los recién llegados.

¿Como será ese cuadro? En mi próxima crónica procuraré describir esa escena, aunque desde luego, anticipo un completo fracaso. Hay asuntos que requieren algo más que la fría palabra escrita para hacerles justicia.